23 de mayo de 2011

Donald Trump, tras costa virgen

Varios kilómetros de playas vírgenes de suave arena blanca y una porción de mar al que la presencia de los únicos micro atolones coralinos del Caribe occidental, convierten en una inmensa piscina, es lo que está en el punto de mira del especulador inmobiliario Donald Trump en el otro lado de la isla. Terrenos que, sin embargo, están protegidos por diversas leyes, y supuestamente no se deberían tocar.

El eterno y hasta ahora no resuelto debate entre conservación ambiental y desarrollo inmobiliario tiene un nuevo capítulo en la parte norte oriental de la isla de Cozumel, la cual por cierto, se supone que está en proceso de ser declarada “área natural protegida”, en un proceso que el gobierno federal ha detenido por los últimos dos años.

Desde el año 2006, se supo primero como rumor y luego como algo que se confirmó por las más altas autoridades de entonces, que el millonario norteamericano Donald Trump, tenía el interés de invertir en la costa oriental de Cozumel, en terrenos que se supone fueron propiedad del finado empresario yucateco Fernando Barbachano y ahora son propiedad de su familia. No está clara la forma como el extinto empresario yucateco se hizo de esas tierras, que para efectos legales tienen el nombre de “Rancho Ixpalbarco”, pues representantes del Ejido Isla Cozumel –creado en los años 30 del siglo pasado por el gobierno de Lázaro Cárdenas- han explicado que cuando se creó el ejido, sólo existían ranchos como el Buenavista, de los Villanueva; en el sur oriente de la isla, el Rancho Chankanaab, de los Marrufo en la costa occidental o el San Gervasio, de los Novelo, en el centro de la isla, familias todas residentes de Cozumel desde la época del repoblamiento, en la segunda mitad del siglo 19.

No se conocía, sin embargo, dicen, la existencia de ningún Rancho Ixpalbarco en la costa norte oriental, cuyas únicas instalaciones aparentes consisten en una barda en medio de la nada donde mediante letras grabadas en acabado de cemento pulido, se asegura que esta propiedad fue inscrita en el registro de la entonces Secretaría de Agricultura y Fomento el 1º de abril de 1946, casi diez años después de la creación del ejido; y advierte también de la inscripción de este supuesto rancho en el Registro Público de la Propiedad y del Comercio del entonces Territorio Federal de Quintana Roo, el 27 de agosto de 1963.

El terreno abarca una buena extensión de algunas de las mejores playas que le quedan a la isla y de hecho a todo el norte del estado, playas que se han preservado del deterioro y de la erosión que afectan a Cancún y la Riviera Maya, precisamente porque no hay hoteles ni residencias que se hayan construido sobre sus dunas.

Una de estas playas, la llamada Ha Nam, es parte de la única formación de atolones de coral y laguna marina en esta parte del Caribe; un lugar que los buzos y los biólogos conocen como “micro atolones”, y que desde hace tiempo han tratado de ser incluidos en una posible área protegida marítima que promueve el propio Parque Marino Nacional Arrecifes de Cozumel, ya que se trata de un lugar único por sus características en el que se pueden encontrar desde estrellas de mar hasta tiburones.

Por el lado de la costa, existen lagunas, tanto estacionales como permanentes, y manglares donde viven cocodrilos, aves migratorias –como diversas especies de patos- y magníficas aves residentes como el águila pescadora; además de que las poblaciones vegetales son macizas colonias de palmas que, como el chit y la palma de guano, están también dentro de la norma oficial 056 sobre especies protegidas.

Las playas poseen inmensas dunas de fina arena que
es mantenida en su lugar gracias a las marañas de vegetación rastrera y resistente a ese tipo de suelo que crece sobre ellas, además de que las largas franjas de arena entre las dunas y el mar, sin obstáculos, luces ni construcciones que les estorben, son hoy por hoy uno de los últimos y más importantes santuarios de reproducción de la tortuga marina en todo el norte de Quintana Roo.

Hasta ahora, las únicas empresas que han tenido la suficiente imaginación e iniciativa para sacarle provecho económico a esos lugares, han sido las empresas de excursiones guiadas o “tours” dedicadas principalmente al mercado de los cruceros, que entran ahí en vehículos todo terreno para llevar a los turistas a las ruinas mayas que se erigen aquí y allá a lo largo de la costa, a la orilla del mar, utilizando un camino cuyo trazo original fue obra de los mismos ejidatarios hace décadas.

Los terrenos tienen dueños, pero los planes de ordenamiento ecológico de Cozumel y diversas leyes federales, han impedido hasta la fecha que se colonice esa parte de la isla.

Como en todo proyecto, en el de Donald Trump hay personas que opinan a favor y otras en contra, los que están a favor citan la creación de empleos y la posibilidad de que la isla recupere su nivel como un destino hotelero exclusivo –sitio perdido ante el apabullante crecimiento de los cruceros y sus miles de visitantes en los muelles de la costa occidental- como las principales razones para apoyarlo.

Los que se oponen critican que el supuesto desarrollo pueda darse sólo a costa de la destrucción de lo que al final del día, son los verdaderos atractivos de la isla de Cozumel; dicen además que por más que se pretenda evitarlo, si se deja pasar este proyecto luego vendrán otros, primero a un lado y luego “a sólo cinco kilómetros”, hasta depredar el resto de la costa y que se crearán también asentamientos irregulares para la gente que trabaje ahí y no quiera o no pueda regresar todos los días a la ciudad de San Migue de Cozumel, representando un jugoso negocio al principio, pero poniendo en riesgo la viabilidad ambiental y económica de la isla en el mediano y el largo plazo.

Fuente: Por Esto!

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